martes, 13 de diciembre de 2011

SUPERACIÓN

Si no superaba el tercer salto Jesse Owens no se clasificaría. Long miraba a su rival y sin embargo, amigo, desde el banco de deportistas. Había adivinado lo que ocurría. En los dos saltos anteriores Jesse, intentando alcanzar un centímetro más en la arena, arriesgaba hasta el último momento. Se ceñía demasiado a la tabla de batida y creaba dudas.
Los jueces se mostraban implacables, aleccionados por el Führer, examinaban cualquier minucia en busca de una  justificación que les permitiera mandar al negro de vuelta a casa.
Luz Long miraba aquel espectáculo indignado. De sobra sabía que Owens no era respetado en Alemania, aquellos descerebrados nazis jamás le verían como a un ser humano. Ni siquiera fingían su desprecio ante las decenas de cámaras que grababan y fotografiaban el histórico acontecimiento ¿Cómo era posible que se tratase de aquella manera a un atleta tan cualificado?
No se lo pensó dos veces, se levantó del asiento y caminó hasta su oponente. La gente enmudeció. El silencio invadió el estadio, todos se preguntaban que iba a hacer aquel germano. Luz se acercó hasta el oído del atleta afroamericano, le habló en susurros durante unos segundos y se marchó.
Los espectadores atónitos, observaban como Long volvía a su banco con una sonrisa en los labios Los jueces dieron la señal y Owens saltó. Luz respiró tranquilo, su compañero se había clasificado.

El verano de 1936 Jesse Owens viaja a Alemania con el equipo estadounidense para participar en los Juegos Olímpicos de Berlín. Adolf Hitler había planeado mostrar al mundo a través de aquella competición, la superioridad de la raza aria. Carl Ludwig, conocido como Luz Long, era uno de los ejemplos de supremacía nazi: Rubio, de ojos azules, con la tez blanca y muy alto, era el ejemplo perfecto de deportista ario que vencería al resto de razas consideradas inferiores.
Hitler debía de retorcerse de dolor cada vez que Jesse se hacía con el oro. El atleta afroamericano consiguió cuatro medallas, en 100 metros lisos, en salto de longitud, en 200 metros lisos y en relevos 4x100 metros.
Owens solo pareció flaquear un momento, en la clasificación para el salto de longitud. No lograba pasar la criba. Según cuentan, el valiente Luz le indicó las estrategias necesarias para superar aquella prueba. Gracias a aquellos consejos  Owen se clasificó y al día siguiente consiguió el podio.
Pero el valor de Long no quedaría sin castigo. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y a pesar de que en Alemania los deportistas de élite estaban exentos de ir a al frente, Luz fue llamado a filas. Murió en 1943 a causa de unas heridas producidas durante la invasión aliada de Sicilia, Long tan sólo tenía treinta años.
La vida de Owens también estuvo marcada por las injusticias. En Alemania pese a su manifiesta superioridad deportiva era considerado “un bastardo de Renania”. Hitler nunca lo recibió para felicitarlo, ni darle la mano, pero eso sí, durante su estancia en Berlín, Jesse se alojó en hoteles y comió en restaurantes.
Cuando regresó a Estados Unidos volvió a sentarse en la parte trasera del autobús, el lugar reservado a los negros, tenía la entrada prohibida en muchos bares y tampoco podía vivir donde quisiera. Franklin Delano Roosvelt, no le recibió en la Casa Blanca, nunca estrechó su mano. Rendir honores al deportista le hubiera costado el voto del sur.
La bendita historia es quien premia y castiga. Long plantó cara al Tercer Reich y las marcas del “antílope de ébano” no fueron superadas hasta 1984 por Carl Lewis. Ambos se enfrentaron a una multitud que no pensaba como ellos, que no actuaba como ellos y que los marginó… durante un tiempo porque hoy, son héroes.
Sólo hay un camino… Levanta la cabeza, cree en ti y ¡SALTA!

Luz Long y Jesse Owens. Berlín 1936


lunes, 28 de noviembre de 2011

AVARICIA

La virulencia de las olas ahogaría a Agripina. Popea Sabina miraba la mar desde la popa del barco, deseaba ver como se hundía el cuerpo de su suegra. Aquella arpía había escapado de la muerte en demasiadas ocasiones, pensaba la joven, pero pronto llegaría su hora. El mar se la tragaría.

Nerón, con la mirada perdida, intentaba entender cómo su madre podía sortear su destino con tanta destreza. Los amantes habían intentado envenenarla varias veces sin éxito, incluso, en una ocasión Nerón había pedido a sus operarios que derrumbarán el techo de su alcoba durante la noche, mientras dormía, y aún así, había conseguido escapar.

Popea sabía la influencia que Agripina creaba en su amado tirano. La odiaba. Ella debía ser la única con poder sobre aquel cruel gobernador.

Nada era secreto, el emperador deseaba ver correr la sangre de su madre y todo el imperio lo sabía. Agripina moriría a manos de su primogénito.

La niebla comenzaba a ser cada vez más densa. La figura de la augusta había desaparecido. La bella y futura emperatriz de Roma por un momento pensó que habían conseguido asesinarla pero elevó la cabeza y la sangre se le heló,  sin apenas fuerzas y entre vómitos, Agripina había alcanzado la orilla. Continuaba viva, no había esperanza. Nerón la tranquilizó:

—Morirá, ten paciencia.

Julia Vipsania Agripina también conocida como Agripinila nació en el año 15 d.C. Hermana de Calígula, esposa de Claudio y madre de Nerón fue popular por su desmesurada avaricia, quizá sólo superada por la de su hijo. Según el autor Pierre Grimal mantuvo relaciones sexuales con su hermano y con su propio hijo, con el fin de conseguir favores e influencia en las decisiones de estado.

Una mujer gélida que conspiró para matar a su primer marido, y que convenció al segundo para que su hijo Nerón, fuera el sucesor del trono.

Antes de quedar embarazada el oráculo predijo que si Agripina tenía un hijo se convertiría en emperador pero la mataría. Según los textos clásicos, su respuesta fue: “Que me mate entonces”

Popea precipitó el fin de Agripina. Sabina, igual de desalmada que los demás, fue la que terminó convenciendo al emperador para que aniquilase a su madre. No se sabe con exactitud si acompañó o no a Nerón en la travesía en barco... yo la he hecho navegar porque he supuesto que una mujer como ella no querría perderse ese espectáculo.

Finalmente Agripina fue acusada de traición y condenada a muerte pese a que nunca hubo pruebas que lo demostraran.


La avaricia hace que sus presas vivan por y para ella. Un ansia irrefrenable por lo que no se tiene pero que inexplicablemente al conseguirlo deja de tener interés. Es la búsqueda en sí la que genera el éxtasis o la secreción continua de endorfinas, pero una vez concluida, el vacío es tan agobiante que sólo se encuentra alivio iniciando de nuevo la cacería.

Sin embargo su falta absoluta nos convierte en meros espectadores de una vida sombría, sin expectativas y sin metas.

¿Hasta dónde podemos llegar?, ¿Existe algún indicador o detonante que avise del peligro? y si existe… ¿Crees que todo el mundo es capaz de verlo?

Aureo Agripina y Nerón

jueves, 3 de noviembre de 2011

EL DISFRAZ DE WARHOL

Había comenzado la metamorfosis. Ivan Karp estaba de camino y no podía encontrar en el tocadiscos a Tosca, no hubiera sido muy razonable que  el llamativo artista escuchara ópera. Andy, colocó el disco que siempre tenía a mano para ocasiones como aquella. Sonaba a un rock descafeinado y sin fuerza pero los quinceañeros enloquecían con aquella música y eso era lo importante.
Observé fascinado cómo se desvestía. Desabrochaba los botones de su inmaculada camisa y con mucho mimo la doblaba para guardarla. Era su ritual.  Abría un cajón, extraía un jersey negro con el cuello muy alto, y se lo ponía. Tenía decenas, todos iguales. Con satisfacción, sabiendo lo que encontraría, caminaba hacia el espejo.
Una vez complacido su ego, buscaba mi aprobación como refuerzo. Yo como siempre, asentía con la cabeza, él sonriente, continuaba con el disfraz.
Había encontrado un chicle y lo masticaba con energía. Era vital que Ivan le viera hacer grandes globos con aquella horrible la goma de mascar. Peinaba su cabello de forma meticulosa para que pareciera que había sufrido un cortocircuito. El rubio, que aún no platino, flequillo debía convertirse en una explosión.
Sus zapatos era lo único que nunca tenía que cambiar, vulgares hasta el hastío, encajaban perfectamente en su nueva imagen, la del Andrew Warhola de mercadillo, el que pasaría a la historia.
—Tranquilo Andy, puedes dejarlo, ya tienes el aspecto de un adolescente extravagante y ordinario  —le dije dándole una palmadita en el hombro.

Según el crítico de arte David Bourdon en la década de los sesenta el gran Andy Warhol cambió radicalmente su estilo artístico y personal. Hasta entonces, era un esnob más con un abono anual para la ópera. Siempre perfectamente vestido y tan culto y refinado como cualquiera que quería abrirse un hueco en la clase alta neoyorkina. El problema era que para deslumbrar a aquellos estirados, debía comportarse de una forma totalmente opuesta: Transgredir, crear sorpresa e incluso rechazo.
Andy, hábil negociante y mejor gestor, consiguió su inspiración en los supermercados, en la sopa Campbell, en las cajas de Brillo y en la Coca-Cola. Supo dar a los estadounidenses lo que querían, lo cotidiano y mundano. A cambio, los críticos, lo convirtieron en leyenda.
La genialidad del artista no residía sólo en sus habilidades, sino también, en su forma de actuar… pero ¿Quién era el verdadero Andy? ¿Sus obras critican o ensalzan a la cultura americana?
Todos tenemos disfraces en el armario. Es la coraza ante los prejuicios. Si una mujer quiere parecer inteligente debe sacar esa insulsa blusa de botones con olor a naftalina y abrochársela hasta la nuez. No debe ir maquillada y jamás, jamás, resaltar sus atributos femeninos (no sea que alguien piense que la pobre sufre una lesión cerebral o es tonta perdida).
Somos una persona con nuestros familiares, otra con los amigos, una diferente en el trabajo y distinta cuando vemos a esa persona que tanto nos gusta… ¿No es agotador?
¿Por qué tenemos tanto miedo a ser nosotros mismos? ¿Seguimos juzgando a la persona por el disfraz?
Caemos irremediablemente en la tentación de la primera impresión… Todos lo hacemos, luego, todos lo sufrimos.
Por otro lado, muchas veces nos sentimos más cómodos llevando la máscara…  e incluso, a veces, aflora nuestro verdadero ser… y nos libera.
  ¿En qué quedamos?  ¿Eres lo que pareces o todo lo contrario?
ANDY WARHOL, 1964.
DÉCADA DE LOS SETENTA

viernes, 21 de octubre de 2011

SOBERBIA

Los minutos se hacían eternos. Truman caminaba sin parar por el recibidor de su casa, se mordía las uñas y daba grandes tragos a su generoso vaso lleno de whisky.
Tras cinco largos años por fin había llegado el momento. Todo debía terminar.  Observaba a Capote, el dolor no se reflejaba en su rostro. Reconocía su nerviosismo y su ansiedad pero no lograba ver un atisbo de tristeza. Me sorprendía su entereza. Se había promulgado cientos de veces en contra de la pena de muerte y además, en los últimos meses, él y Perry, habían estado muy unidos.
Mi pobre y atormentado colega compartía con aquel infeliz un trágico pasado, los dos conocían el abandono y el desinterés de una madre alcohólica. Truman sentía aprecio y compasión por aquel hombre. El estado, me decía constantemente, no debe comportarse como un asesino más, la pena de muerte no es la solución.
El proceso se había demorado. Las irregularidades en el juicio y los aplazamientos llenaron de esperanza los corazones de los condenados. Con una nueva apelación y la fortuna de su lado, obtendrían la cadena perpetua y no el patíbulo.
Sonó el teléfono y Truman descolgó el auricular:
—Entiendo. Iré en su busca —dijo tranquilo.
Pero Truman no se movió de su casa en toda la noche. Alrededor de la una y media de la mañana el teléfono volvió a sonar. El escritor escuchó con atención durante unos segundos. Cuando colgó pude ver cómo las lágrimas caían por sus pómulos.
—Creo que les he matado.

En 1966 Truman Capote publicó A Sangre Fría, obra con la que obtuvo el reconocimiento mundial. Instauró un nuevo género, la novela-documento o la novela de no-ficción que daría lugar al nuevo periodismo estadounidense. Un libro desgarrador y brillante para el que estuvo documentándose durante cinco años. Narra un suceso real que tuvo lugar en Kansas en 1959, el asesinato del matrimonio Clutter y dos de sus hijos.
Dos ex presidiarios, Dick Hickock y Perry Edward Smith, habían cumplido condena juntos y en la cárcel escucharon la historia del señor Clutter. Les aseguraron que el granjero era tan rico que incluso, tenía una caja fuerte en su casa donde guardaba un verdadero tesoro.
Nada más poner un pie en libertad los dos descerebrados se dirigieron a la granja de los Clutter. Pronto, vieron que tan solo se trataba de una familia trabajadora, no había caja fuerte, ni dinero por doquier, pero aún así, asesinaron al matrimonio y a sus dos hijos adolescentes. El capital que consiguieron robar ni siquiera llegó a los cincuenta dólares.
Capote decide narrar la historia. Entrevista y visita asiduamente a los  homicidas encarcelados y durante meses interroga a los parientes y amigos de las víctimas. Un trabajo redondo, una historia sin fisuras.
El problema era que el gran creador quería más. Perry y Truman llegaron a tener una relación amigable y la noche antes de ser ajusticiado, el asesino, rogando por una nueva apelación, intentó sin éxito ponerse en contacto con su abogado. Desesperado, recurrió al escritor para que intercediera por él. Según los rumores históricos (de los que no hay que fiarse) Capote no hizo nada.
Fueron ajusticiados y el libro que contaba su historia se convirtió en un referente literario. La muerte de Perry y Dick desató las ventas y dio al escritor lo que más ansiaba, la fama.
Según los críticos, el creador de Desayuno en Tiffany´s nunca se recuperó del suceso. Sus allegados aseguraban que la culpabilidad consumía al escritor y que pese a llevar una vida llena de lujos, nunca olvidó el precio que había pagado por ella.
Quizá pensó que el fin justificaba los medios o qué al tratarse de unos asesinos podría soportar la carga, pero no contó con el peor de los jueces, su propia moral.
Responsables somos, tanto de lo que hacemos, como de lo dejamos de hacer ¿Merece la pena llegar cueste lo que cueste? ¿Estás seguro de poder soportarlo?
Truman Capote, 1959. 

martes, 11 de octubre de 2011

¡NO MIRES ATRÁS!

El rostro de Perséfone reflejaba una profunda admiración. Aquellos que escuchaban el sonido de la lira de Orfeo parecían entrar en trance. Una multitud de ojos bañados en lágrimas y quebrados de dolor, me miraban desafiantes. Me instaban a la compasión ¡Qué incongruencia!
Mi única debilidad era ella, mi mujer. Supe desde que comenzó aquel sentimental concierto que me pediría la libertad de Eurídice. Excepto yo, nadie veía la cobardía de Orfeo. Una vez concluida la pieza musical miré a mi reina y decidí complacerla.
Salir del inframundo no era una fácil tarea. Decenas de criaturas y demonios del tártaro salían al paso de los enamorados, pero Orfeo, cumpliendo con el único requisito impuesto, no volvía la vista atrás. Con la certeza de que su amada le seguía, tocaba su instrumento apaciguando a las bestias infernales.
Andaba por el último corredor, con pasos cortos pero seguros, atravesaba la galería de acceso al mundo a de los vivos. Podía ver un punto brillante, la luz al final de túnel, pero tal y como había vaticinado desde un principio, su ánimo comenzó a quebrarse. Las dudas le poseyeron. La idea de haber sido víctima de una trampa fue creciendo y las ganas de darse la vuelta eran irresistibles.
Había llegado casi al final del trayecto, la luz cada vez mayor, mostraba la  vida al otro lado. Pocos metros le separaban de los árboles que flanqueaban la entrada, incluso escuchaba con nitidez el cantar de los pájaros. El infierno había quedado atrás. Eurídice ya no estaba muerta… ¿Sería verdad? Se preguntaba el imprudente, dudando de mi palabra.  Aterrado giró su cabeza en busca de su amada, y la sentenció. Eurídice ante la mirada incrédula de Orfeo se evaporó. Nada podía salvarla ya.
La mitología griega describe que el tracio Orfeo tocaba la lira de una forma tan sublime, que todo cuanto existía se detenía a escucharlo, hombres, dioses, y animales. Una de las acepciones cuenta que una serpiente mordió a Eurídice en la orilla del rio Estrimón y la joven falleció. Su esposo, Orfeo, sumido en una profunda depresión decidió bajar al infierno para recuperarla.
Su lira era su única arma, con su sonido logró dormir a Cerbero y amansó al resto de las fieras del Averno. Hades permitió que Eurídice resucitara con una condición: Caminaría hacia el mundo de los vivos detrás de Orfeo y si éste, antes de concluir el camino, volvía la cabeza hacia atrás para mirarla, ella moriría.
En el último momento Orfeo, como cualquier mortal al que se le prohíbe algo, sucumbió a la tentación. Las dudas de su marido hicieron que Eurídice ya no saliera jamás del infierno.
Trágica comedia es la vida, pues aún intentando avanzar y pese a contar con la promesa de un futuro mejor, uno nunca puede evitar volver al pasado. Mirar atrás.
No creemos que el destino nos sea favorable ya que, mil veces se nos ha engañado pero, paradójicamente, son esas dudas las que nos impiden la victoria. De una forma consciente o inconsciente ¿Cuántas veces tiramos la toalla antes de comenzar cualquier proyecto? El miedo al fracaso es el mejor freno.
¿Puede el ser humano mirar sólo hacia adelante?
Cuando Platón reflexionaba sobre este mito repudiaba a Orfeo por cobarde. El hombre griego de la época aceptaba su destino con valor y coraje, no buscaba una solución para restablecer el pasado. No gastaba fuerzas en una tarea imposible.
¿Será ese el secreto del éxito?


viernes, 23 de septiembre de 2011

ELECCIONES: ATENEA VS POSEIDÓN

Atenea caminaba pensando cuál sería la mejor elección, meditaba sobre qué regalo podría ser digno de ofrecer a aquel pueblo. Necesitaba un presente que la llevara a gobernar. No le agradaba medirse con el rudo dios de los océanos pero así lo había querido su padre y no había más que hablar. Reflexionaba sobre las preocupaciones de esos tristes terrenales que parecerían estar todo el día pensando en la abundancia, en las cosechas, en la fertilidad de la tierra y en el sexo. Sus cabecitas sólo querían tener la barriga llena y disfrutar de los pocos placeres a los que tenían acceso. Si lograba garantizarles el pan y el entretenimiento serían suyos.
Poseidón bajo las olas, se encontraba en el mismo dilema. Aquella lucha que mantenía con su sobrina era extenuante y estaba abocada al fracaso. Ella era la diosa del intelecto y la razón, ante semejantes dones ¿Qué podía procurar él a aquellos infelices?
Recordaba con nostalgia los días en los que, tan sólo la fama de su cólera y el miedo a desatar su ira, era suficiente para atemorizar a los humanos y que obraran según su criterio. Pero ahora, ahora era diferente. Zeus les había dado poder, tenían la capacidad de elegir por quién querían ser regidos.
Nuevas leyes entre dioses y mortales ¿Qué necesidad había de eso? ¿Porqué negociar con un ser inferior? ¿Es que Zeus había olvidado la traición de Prometeo?
Poseidón no sólo estaba convencido de que una deidad no debía fiarse de un hombre, sino que además, le parecía un despropósito que un ser superior tuviera que aceptar el juicio de un simple mortal.
Atenea, pese a ser más ecuánime, pensaba exactamente igual.
Aún no había amanecido y ya los humanos esperaban ansiosos en la colina mientras, en el Olimpo, los dioses observaban la escena con atención; El corpulento Poseidón dio un golpe en el suelo con su tridente y súbitamente emergió un lago salado en medio de la Acrópolis. Los mortales aplaudían boquiabiertos. Atenea miró la masa de agua y la secó de un soplo. La diosa empuñó su espada y la alzó al cielo, luego, lentamente, fue bajando el brazo hasta apuntar al suelo. Inmediatamente de la tierra aún húmeda, brotó un olivo.
El árbol no arrancó, de los hombres y mujeres presentes, las mismas miradas de excitación y alegría que el lago. La diosa consciente del desánimo se dirigió a la población:
—Ciudadanos, este ser vivo garantizará vuestro alimento. Les ofrezco un bien constante y una fuente de producción de riqueza.

Más o menos de ese modo, según la mitología clásica y con las libertades imaginativas que yo me concedo, fue como Atenea consiguió ser la soberana de la ciudad que lleva su nombre, Atenas.
 Hoy, tener garantizado el sustento continua siendo la mayor preocupación de los pobres mortales, sin embargo, nuestros dirigentes no muestran con tanta transparencia "los regalos" que han pensado para nosotros... Algo ilógico pues... ¿No se resume todo a eso? ¿No debe un pueblo saber PERFECTAMENTE a qué se expone antes de dar su beneplácito a unos o a otros?
¿Y tú, estás totalmente seguro de saber qué necesitas en realidad?

P.D: Atenea también cumplió su palabra en cuanto al entretenimiento, (y aún hoy disfrutamos de él cada cuatro años) Los Juegos Olímpicos y la Procesión de las Panateneas se instauraron en favor de la benefactora de la urbe... lástima que lo que hoy entendemos por entretenimiento difiera tanto del enfoque helénico y se acerque más al divertimento Romano.
Detalle Ánfora Griega.

sábado, 17 de septiembre de 2011

GARABATOS DE PICASSO

Tenía un lápiz entre los dedos y hacía garabatos. Su mano era el reflejo de una mente incansable que necesitaba dar salida a lo que dictaba su imaginario. La crecida continua y alborotada de un rio que, sin dejar jamás de correr, pasaba ante nuestros ojos como un fenómeno contenido. La violencia en calma. Un acto que parecía mecánico pero que arrastraba todo el caudal de su intelecto.

Picasso dibujaba continuamente. En ocasiones, sólo eran trazos y líneas, otras veces, se deshacía en detalles pictóricos. Pintaba en las paredes, en los muebles, en los manteles de los restaurantes y hasta en los muros de esta Ciudad de la Luz. El soporte no parecía importarle cuando su mano poseída por el arte, le obligaba a crear. Ese día mientras almorzábamos él había elegido un trozo de servilleta como lienzo.

Aquel día estábamos casi todos. Cocteau se empeñaba en relacionar el cubismo con la métrica de los versos del siglo XVI y mientras, Apolinaire se burlaba del símil, Jacob, Braque y yo, sonreíamos conocedores de que el origen del cubismo Picasiano era África, Cézanne y la geometría pura. Nos llamaban la banda de Picasso, como si el resto fuera carente de talento. Me producía tanta rabia como orgullo. Sabía perfectamente que mi triste nombre, Juan Gris,  no gozaría de fama de no haberle conocido.  

Allí estábamos, más de doce personas degustando diferentes platos y disfrutando de exquisitos caldos. Nuestras reuniones siempre duraban horas. Embriagados tanto por el debate cultural, como por el alcohol y el opio llegó el peor momento, el momento de pagar. Nos comportábamos como burgueses acaudalados, artistas liberales de fama mundial que, hedonistas, malgastaban el vulgar dinero. En realidad, sólo uno de nosotros respondía a esa definición.

La camarera trajo la cuenta. La suma era desorbitada. Todos, sin excepción, miramos al genio. Pablo era rico desde hacía años, las obras realizadas en las primeras décadas del siglo lo habían convertido en un dios. Sería generoso, o por lo menos, eso esperábamos.
La camarera, emulando muestro gesto dirigió su mirada al pintor, él tranquilamente, concluyó el dibujo que estaba realizando en la servilleta y se lo entregó.

— ¿No lo firma? —preguntó ella.

—Intento pagar el almuerzo no comprar el restaurante —concluyó Picasso convencido de su inigualable genialidad.



No se conoce con exactitud ni dónde ocurrió, ni quiénes eran los comensales pero pese a eso, esta anécdota goza de la credibilidad de muchos  historiadores. Yo me he pasado un ratito por la mente de Gris y le he hecho tener los pensamientos que me han venido en gana… y oye, ¿Quién pude decir que no he acertado?

Si el garabato de una persona puede tener un valor incalculable… tal vez no sea un simple garabato pese a que nosotros no podamos ver más allá. O al revés, puede que muchos artistas henchidos por lograr una fama descomunal se abandonen a crear cualquier cosa pues saben que la crítica le es benévola. ¿Cómo saber qué es qué?

Y nosotros, pobres mortales, que no tenemos esos magníficos dones ¿Por qué un gesto sin importancia de una persona se convierte en un mundo? Y ¿Por qué un mundo no significa nada si no proviene de las manos deseadas? ¿Cuántas veces nos hemos deshecho por alguien o por algo y no hemos conseguido la ansiada victoria?... Energía desperdiciada.

Propongo una tregua: Todos somos Picassos para alguien y todos tenemos Picassos que no cambiaríamos por todo el oro del planeta… Así que, disfrutemos de los actos sin miedo al fracaso, pero también, sin la esperanza del éxito… ¿Realmente se puede hacer eso?

...Y  si no, ¿Qué tal un Juan Gris?