Si no superaba el tercer salto Jesse Owens no se clasificaría. Long miraba a su rival y sin embargo, amigo, desde el banco de deportistas. Había adivinado lo que ocurría. En los dos saltos anteriores Jesse, intentando alcanzar un centímetro más en la arena, arriesgaba hasta el último momento. Se ceñía demasiado a la tabla de batida y creaba dudas.
Los jueces se mostraban implacables, aleccionados por el Führer, examinaban cualquier minucia en busca de una justificación que les permitiera mandar al negro de vuelta a casa.
Luz Long miraba aquel espectáculo indignado. De sobra sabía que Owens no era respetado en Alemania, aquellos descerebrados nazis jamás le verían como a un ser humano. Ni siquiera fingían su desprecio ante las decenas de cámaras que grababan y fotografiaban el histórico acontecimiento ¿Cómo era posible que se tratase de aquella manera a un atleta tan cualificado?
No se lo pensó dos veces, se levantó del asiento y caminó hasta su oponente. La gente enmudeció. El silencio invadió el estadio, todos se preguntaban que iba a hacer aquel germano. Luz se acercó hasta el oído del atleta afroamericano, le habló en susurros durante unos segundos y se marchó.
Los espectadores atónitos, observaban como Long volvía a su banco con una sonrisa en los labios Los jueces dieron la señal y Owens saltó. Luz respiró tranquilo, su compañero se había clasificado.
El verano de 1936 Jesse Owens viaja a Alemania con el equipo estadounidense para participar en los Juegos Olímpicos de Berlín. Adolf Hitler había planeado mostrar al mundo a través de aquella competición, la superioridad de la raza aria. Carl Ludwig, conocido como Luz Long, era uno de los ejemplos de supremacía nazi: Rubio, de ojos azules, con la tez blanca y muy alto, era el ejemplo perfecto de deportista ario que vencería al resto de razas consideradas inferiores.
Hitler debía de retorcerse de dolor cada vez que Jesse se hacía con el oro. El atleta afroamericano consiguió cuatro medallas, en 100 metros lisos, en salto de longitud, en 200 metros lisos y en relevos 4x100 metros.
Owens solo pareció flaquear un momento, en la clasificación para el salto de longitud. No lograba pasar la criba. Según cuentan, el valiente Luz le indicó las estrategias necesarias para superar aquella prueba. Gracias a aquellos consejos Owen se clasificó y al día siguiente consiguió el podio.
Pero el valor de Long no quedaría sin castigo. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y a pesar de que en Alemania los deportistas de élite estaban exentos de ir a al frente, Luz fue llamado a filas. Murió en 1943 a causa de unas heridas producidas durante la invasión aliada de Sicilia, Long tan sólo tenía treinta años.
La vida de Owens también estuvo marcada por las injusticias. En Alemania pese a su manifiesta superioridad deportiva era considerado “un bastardo de Renania”. Hitler nunca lo recibió para felicitarlo, ni darle la mano, pero eso sí, durante su estancia en Berlín, Jesse se alojó en hoteles y comió en restaurantes.
Cuando regresó a Estados Unidos volvió a sentarse en la parte trasera del autobús, el lugar reservado a los negros, tenía la entrada prohibida en muchos bares y tampoco podía vivir donde quisiera. Franklin Delano Roosvelt, no le recibió en la Casa Blanca, nunca estrechó su mano. Rendir honores al deportista le hubiera costado el voto del sur.
La bendita historia es quien premia y castiga. Long plantó cara al Tercer Reich y las marcas del “antílope de ébano” no fueron superadas hasta 1984 por Carl Lewis. Ambos se enfrentaron a una multitud que no pensaba como ellos, que no actuaba como ellos y que los marginó… durante un tiempo porque hoy, son héroes.
Sólo hay un camino… Levanta la cabeza, cree en ti y ¡SALTA!
Luz Long y Jesse Owens. Berlín 1936 |