lunes, 28 de noviembre de 2011

AVARICIA

La virulencia de las olas ahogaría a Agripina. Popea Sabina miraba la mar desde la popa del barco, deseaba ver como se hundía el cuerpo de su suegra. Aquella arpía había escapado de la muerte en demasiadas ocasiones, pensaba la joven, pero pronto llegaría su hora. El mar se la tragaría.

Nerón, con la mirada perdida, intentaba entender cómo su madre podía sortear su destino con tanta destreza. Los amantes habían intentado envenenarla varias veces sin éxito, incluso, en una ocasión Nerón había pedido a sus operarios que derrumbarán el techo de su alcoba durante la noche, mientras dormía, y aún así, había conseguido escapar.

Popea sabía la influencia que Agripina creaba en su amado tirano. La odiaba. Ella debía ser la única con poder sobre aquel cruel gobernador.

Nada era secreto, el emperador deseaba ver correr la sangre de su madre y todo el imperio lo sabía. Agripina moriría a manos de su primogénito.

La niebla comenzaba a ser cada vez más densa. La figura de la augusta había desaparecido. La bella y futura emperatriz de Roma por un momento pensó que habían conseguido asesinarla pero elevó la cabeza y la sangre se le heló,  sin apenas fuerzas y entre vómitos, Agripina había alcanzado la orilla. Continuaba viva, no había esperanza. Nerón la tranquilizó:

—Morirá, ten paciencia.

Julia Vipsania Agripina también conocida como Agripinila nació en el año 15 d.C. Hermana de Calígula, esposa de Claudio y madre de Nerón fue popular por su desmesurada avaricia, quizá sólo superada por la de su hijo. Según el autor Pierre Grimal mantuvo relaciones sexuales con su hermano y con su propio hijo, con el fin de conseguir favores e influencia en las decisiones de estado.

Una mujer gélida que conspiró para matar a su primer marido, y que convenció al segundo para que su hijo Nerón, fuera el sucesor del trono.

Antes de quedar embarazada el oráculo predijo que si Agripina tenía un hijo se convertiría en emperador pero la mataría. Según los textos clásicos, su respuesta fue: “Que me mate entonces”

Popea precipitó el fin de Agripina. Sabina, igual de desalmada que los demás, fue la que terminó convenciendo al emperador para que aniquilase a su madre. No se sabe con exactitud si acompañó o no a Nerón en la travesía en barco... yo la he hecho navegar porque he supuesto que una mujer como ella no querría perderse ese espectáculo.

Finalmente Agripina fue acusada de traición y condenada a muerte pese a que nunca hubo pruebas que lo demostraran.


La avaricia hace que sus presas vivan por y para ella. Un ansia irrefrenable por lo que no se tiene pero que inexplicablemente al conseguirlo deja de tener interés. Es la búsqueda en sí la que genera el éxtasis o la secreción continua de endorfinas, pero una vez concluida, el vacío es tan agobiante que sólo se encuentra alivio iniciando de nuevo la cacería.

Sin embargo su falta absoluta nos convierte en meros espectadores de una vida sombría, sin expectativas y sin metas.

¿Hasta dónde podemos llegar?, ¿Existe algún indicador o detonante que avise del peligro? y si existe… ¿Crees que todo el mundo es capaz de verlo?

Aureo Agripina y Nerón

jueves, 3 de noviembre de 2011

EL DISFRAZ DE WARHOL

Había comenzado la metamorfosis. Ivan Karp estaba de camino y no podía encontrar en el tocadiscos a Tosca, no hubiera sido muy razonable que  el llamativo artista escuchara ópera. Andy, colocó el disco que siempre tenía a mano para ocasiones como aquella. Sonaba a un rock descafeinado y sin fuerza pero los quinceañeros enloquecían con aquella música y eso era lo importante.
Observé fascinado cómo se desvestía. Desabrochaba los botones de su inmaculada camisa y con mucho mimo la doblaba para guardarla. Era su ritual.  Abría un cajón, extraía un jersey negro con el cuello muy alto, y se lo ponía. Tenía decenas, todos iguales. Con satisfacción, sabiendo lo que encontraría, caminaba hacia el espejo.
Una vez complacido su ego, buscaba mi aprobación como refuerzo. Yo como siempre, asentía con la cabeza, él sonriente, continuaba con el disfraz.
Había encontrado un chicle y lo masticaba con energía. Era vital que Ivan le viera hacer grandes globos con aquella horrible la goma de mascar. Peinaba su cabello de forma meticulosa para que pareciera que había sufrido un cortocircuito. El rubio, que aún no platino, flequillo debía convertirse en una explosión.
Sus zapatos era lo único que nunca tenía que cambiar, vulgares hasta el hastío, encajaban perfectamente en su nueva imagen, la del Andrew Warhola de mercadillo, el que pasaría a la historia.
—Tranquilo Andy, puedes dejarlo, ya tienes el aspecto de un adolescente extravagante y ordinario  —le dije dándole una palmadita en el hombro.

Según el crítico de arte David Bourdon en la década de los sesenta el gran Andy Warhol cambió radicalmente su estilo artístico y personal. Hasta entonces, era un esnob más con un abono anual para la ópera. Siempre perfectamente vestido y tan culto y refinado como cualquiera que quería abrirse un hueco en la clase alta neoyorkina. El problema era que para deslumbrar a aquellos estirados, debía comportarse de una forma totalmente opuesta: Transgredir, crear sorpresa e incluso rechazo.
Andy, hábil negociante y mejor gestor, consiguió su inspiración en los supermercados, en la sopa Campbell, en las cajas de Brillo y en la Coca-Cola. Supo dar a los estadounidenses lo que querían, lo cotidiano y mundano. A cambio, los críticos, lo convirtieron en leyenda.
La genialidad del artista no residía sólo en sus habilidades, sino también, en su forma de actuar… pero ¿Quién era el verdadero Andy? ¿Sus obras critican o ensalzan a la cultura americana?
Todos tenemos disfraces en el armario. Es la coraza ante los prejuicios. Si una mujer quiere parecer inteligente debe sacar esa insulsa blusa de botones con olor a naftalina y abrochársela hasta la nuez. No debe ir maquillada y jamás, jamás, resaltar sus atributos femeninos (no sea que alguien piense que la pobre sufre una lesión cerebral o es tonta perdida).
Somos una persona con nuestros familiares, otra con los amigos, una diferente en el trabajo y distinta cuando vemos a esa persona que tanto nos gusta… ¿No es agotador?
¿Por qué tenemos tanto miedo a ser nosotros mismos? ¿Seguimos juzgando a la persona por el disfraz?
Caemos irremediablemente en la tentación de la primera impresión… Todos lo hacemos, luego, todos lo sufrimos.
Por otro lado, muchas veces nos sentimos más cómodos llevando la máscara…  e incluso, a veces, aflora nuestro verdadero ser… y nos libera.
  ¿En qué quedamos?  ¿Eres lo que pareces o todo lo contrario?
ANDY WARHOL, 1964.
DÉCADA DE LOS SETENTA