Sentados en sus ostentosas sillas, había siete cardenales en la sala, ataviados todos ellos con sus largos trajes rojos, me prodigaban miradas llenas de odio. Sabía perfectamente que aquello no era más que un trámite, un teatro, una gran mentira, de no ser amigo íntimo del papa Urbano VIII esos ignorantes ya me habrían quemado en la hoguera. ¿Quién necesita un juicio eclesiástico cuando ya los jueces te han condenado?... Me perdonarían la vida a cambio de jurar sobre el santo libro que todas mis conjeturas eran equívocas y que era la tierra, y no el sol, el centro de nuestro sistema cósmico.
Quizá por cobardía, o tal vez, porque aunque lejos, este matemático podría continuar investigando sin llamar mucho la atención, elegí la pena del destierro y el olvido, pero con vida, al fin y al cabo… O al menos eso pensaba yo porque lo que me esperaba era igual a la muerte. No podría volver a publicar mis investigaciones y no se me permitiría continuar con los estudios de Copérnico, así que, me preparé para mi entierro intelectual.
Un obispo me condujo hasta el centro de la sala, con una mano en el pecho y la otra en la primera página del Apocalipsis, tuve que abjurar de lo que para mí suponía toda mi existencia, traicionar a la ciencia, negar la verdad.
Una vez finalizado el proceso y dictada la sentencia yo debía abandonar la sala. Sólo siete pasos me separaban de la puerta de entrada al templo. Un largo camino cuando se realiza bajo cientos de miradas de rencor y antipatía. Conté mis movimientos, uno, dos, llevaba la cabeza baja, mirando al suelo, tres, la levanté desafiante, cuatro, casi estaba en el umbral, cinco, seis, abrí la puerta, me giré hacia la sala y sin pensarlo dos veces lo dije, Epur si muove, siete, la libertad…para el alma, al menos.
En 1633 Galileo Galilei fue procesado y forzado al exilio por la Inquicición Romana. Lo condenarían a muerte si no se retractaba de su tesis Heliocentrista en la que defendía que la tierra gira alrededor del sol. Para la Iglesia de aquel momento, esto era herejía pues mantenía férreamente que todo, incluido el sol, debía girar alrededor de la tierra y no al revés.
Según la leyenda después de jurar, el científico, no pudo dominar su orgullo y gritó: Epur si muove, (… Sin embargo se mueve). El ser humano jamás se baja bien del burro… Si lo analizamos con sensatez esto nunca debió ocurrir porque si realmente el científico hubiera dicho eso, lo hubieran prendido en la hoguera esa misma tarde.
Los avances científicos favorecen a la población, tanto si se es creyente, como si no. Hacen bien a todos, independientemente del credo. Dada esa premisa, los poderes públicos sólo deberían dotar de presupuesto a los laboratorios y centros de investigación… ¿O no?, ¿Pueden las administraciones colaborar con determinadas sectas?, ¿Es lícito que el gasto económico sea mayor con una religión determinada?
Como historiadora me fascinan las religiones, todas ellas. Desde un punto de vista antropológico, sus ritos, sus cantos y sus preceptos nos hablan de la cultura de un lugar y de la personalidad de sus habitantes. Tradiciones que pese a que se deben salvaguardar, han de convivir con otras costumbres, de igual importancia, aunque tengan menos adeptos.
Cuando se habla de fe lo que beneficia a unos, puede que no beneficie a otros… Sólo la ciencia certifica un bienestar común… ¿Qué dogma de fe puede rebatir un Epur si Muove?
Tienes que escribir una novela ¡YA!
ResponderEliminar¿Y si, partimos de la base que todas las religiones son sectas, y las sectas son diferentes formas de manipular a la gente?¿cómo es que han subsistido basandose en el miedo y la ignorancia? y lo que es aún peor, ¿cómo la administración pública subvenciona esa forma de manipulación?.Desde mi miope punto de vista, la fé , creencias, formas de pensar, llámalo como quieras son algo tan personal e intransferible como el dni¿ no te parece? y la administración, sólo (solo) debe procurar el bienestar personal , sin entrar en materias de fe, pero claro ...epur si move.
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