viernes, 9 de septiembre de 2011

EL CONFLICTO DE WILDE

Decía frases ingeniosas creyéndose el más inteligente de la sala. Era horrible ver a Oscar hacer el ridículo de aquella manera, suponía que pensaba que, así, se ganaría al jurado. No me importaba que en la intimidad prefiriera la compañía masculina a la mía, su mujer, eso lo había olvidado, pero me rompía el corazón saber lo que iba a ocurrir. Le pedí por carta que huyera a Francia, pero rechazó mi consejo, Oscar no le temía a nada, ¿Cómo un genio puede comportarse como el mayor de los necios? Era intolerante y misógino, se mofaba y burlaba de los hombres con moral implacable, los llamaba obtusos y faltos de conocimiento. Su orgullo sería su perdición.

Sentado entre el público se encontraba Lord Alfred Douglas, Bosie, como le llamaba mi marido cariñosamente. Le miraba con atención y reía todas sus bravuconerías, jugaba con él, le divertía ver cómo podía dominar y manipular al gran Wilde. Lo observé con atención durante unos instantes, aquel burguesito parecía disfrutar con la actuación de su amado. Al verme allí, Alfred, me prodigó un gesto de hastío, para que supiera que mi presencia, no era bienvenida. Hasta los amigos más fieles de Oscar rechazaban a ese presumido.

El juez tomo la prueba, se trataba de una carta, la analizó detenidamente y la entregó al fiscal quién la leyó con voz alta y clara. Las más de cincuenta personas que se encontraban en edificio del juzgado pudieron escuchar las desesperadas palabras de amor de un amante que le imploraba a su pareja que no le abandonara. Me volví hacia Bosie y me pareció ver una sonrisa complaciente en su rostro. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

A la salida, esposado y flanqueado por los guardias me acerqué a Oscar, entre sollozos le pregunté por qué no se había ido, él, besando una y otra vez  la mano de Bosie contesto: Francia queda demasiado lejos de mi corazón.


En 1895, Oscar Wilde se encontraba en la plenitud de su carrera, su obra La importancia de llamarse Ernesto se representaba con éxito en todo Londres, sin embargo, el excéntrico maestro parecía dominado por los deseos, del que, sin duda, resultaría ser el amor de su vida, Alfred Douglas, hijo del reaccionario noveno marqués de Queensberry.  El marqués se oponía a esta unión e hizo todo lo posible por desacreditar al escritor, lo sometió a una autentica persecución de insultos y amenazas.
Wilde al principio no hacía caso pero alentado por su caprichoso amigo lo denunció.

Con lo que el autor no contaba era con la frialdad e hipocresía de la todavía casposa sociedad londinense del siglo XIX. En la primera vista, el marqués se presentaba como acusado y Wilde como testigo. Con la certeza del vencedor y  siendo tan extremadamente vanidoso y presuntuoso como él era durante el juicio se comportó como un bufón.  Aunque de sobra era conocida la fama de Wilde en los prostíbulos para caballeros de los bajos fondos, nadie podía corroborarlo... hasta que el marqués presentó una carta de amor que Wilde había escrito a su hijo.  

Una vez iniciado el proceso legal ya no se podía parar. Víctima de leyes injustas y retrógradas, el escritor pasó a ser el acusado. Lo  condenaron a dos años de cárcel con trabajos forzados. Wilde nunca se recuperó de aquella experiencia.  

La cuestión es que pudo haber huido sin problemas. La policía estaba de su parte y tenía amigos esperando darle asilo, en toda Europa, pero se quedo. ¿Por qué? ¿Qué hizo que cumpliera esa pena tan severa? ¿Sería sólo por amor a Bosie o quería convertirse en un referente de valentía para otros hombres?... El escritor nunca se pronunció sobre ese tema.

¿Llegaríamos nosotros tan lejos por amor o por nuestros ideales?

Una cosa está clara, debemos cuidarnos de iniciar un conflicto porque puede que luego no esté en nuestras manos solucionarlo... Quizá esa persona ya no quiera nuestras disculpas, ni nuestra amistad...

¡Ah! Se me olvidaba, no creo que la esposa de Wilde, Constance Lloyd, acudiera al juicio. La verdad no me importa si realmente estaba angustiada por su marido o avergonzada, dada la mentalidad de la época. Yo me la invento a mi gusto, además ¿Quién sabe?... Tal vez sí, se sintió así.

1 comentario:

  1. Siempre por los ideales, el amor tiene fecha de caducidad, pero los ideales premanecen

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