Atenea caminaba pensando cuál sería la mejor elección, meditaba sobre qué regalo podría ser digno de ofrecer a aquel pueblo. Necesitaba un presente que la llevara a gobernar. No le agradaba medirse con el rudo dios de los océanos pero así lo había querido su padre y no había más que hablar. Reflexionaba sobre las preocupaciones de esos tristes terrenales que parecerían estar todo el día pensando en la abundancia, en las cosechas, en la fertilidad de la tierra y en el sexo. Sus cabecitas sólo querían tener la barriga llena y disfrutar de los pocos placeres a los que tenían acceso. Si lograba garantizarles el pan y el entretenimiento serían suyos.
Poseidón bajo las olas, se encontraba en el mismo dilema. Aquella lucha que mantenía con su sobrina era extenuante y estaba abocada al fracaso. Ella era la diosa del intelecto y la razón, ante semejantes dones ¿Qué podía procurar él a aquellos infelices?
Recordaba con nostalgia los días en los que, tan sólo la fama de su cólera y el miedo a desatar su ira, era suficiente para atemorizar a los humanos y que obraran según su criterio. Pero ahora, ahora era diferente. Zeus les había dado poder, tenían la capacidad de elegir por quién querían ser regidos.
Nuevas leyes entre dioses y mortales ¿Qué necesidad había de eso? ¿Porqué negociar con un ser inferior? ¿Es que Zeus había olvidado la traición de Prometeo?
Poseidón no sólo estaba convencido de que una deidad no debía fiarse de un hombre, sino que además, le parecía un despropósito que un ser superior tuviera que aceptar el juicio de un simple mortal.
Atenea, pese a ser más ecuánime, pensaba exactamente igual.
Aún no había amanecido y ya los humanos esperaban ansiosos en la colina mientras, en el Olimpo, los dioses observaban la escena con atención; El corpulento Poseidón dio un golpe en el suelo con su tridente y súbitamente emergió un lago salado en medio de la Acrópolis. Los mortales aplaudían boquiabiertos. Atenea miró la masa de agua y la secó de un soplo. La diosa empuñó su espada y la alzó al cielo, luego, lentamente, fue bajando el brazo hasta apuntar al suelo. Inmediatamente de la tierra aún húmeda, brotó un olivo.
El árbol no arrancó, de los hombres y mujeres presentes, las mismas miradas de excitación y alegría que el lago. La diosa consciente del desánimo se dirigió a la población:
—Ciudadanos, este ser vivo garantizará vuestro alimento. Les ofrezco un bien constante y una fuente de producción de riqueza.
Más o menos de ese modo, según la mitología clásica y con las libertades imaginativas que yo me concedo, fue como Atenea consiguió ser la soberana de la ciudad que lleva su nombre, Atenas.
Hoy, tener garantizado el sustento continua siendo la mayor preocupación de los pobres mortales, sin embargo, nuestros dirigentes no muestran con tanta transparencia "los regalos" que han pensado para nosotros... Algo ilógico pues... ¿No se resume todo a eso? ¿No debe un pueblo saber PERFECTAMENTE a qué se expone antes de dar su beneplácito a unos o a otros?
¿Y tú, estás totalmente seguro de saber qué necesitas en realidad?
P.D: Atenea también cumplió su palabra en cuanto al entretenimiento, (y aún hoy disfrutamos de él cada cuatro años) Los Juegos Olímpicos y la Procesión de las Panateneas se instauraron en favor de la benefactora de la urbe... lástima que lo que hoy entendemos por entretenimiento difiera tanto del enfoque helénico y se acerque más al divertimento Romano.
Qué aciago destino el del ser humano.....moneda de cambio de cualquiera que tenga algo de poder en su mano...o tridente.
ResponderEliminarqué razón tienes Marga...
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